«El siglo XIX lo permea todo en la España actual»

Entrevista a Daniel Aquillué

Daniel Aquillué Domínguez nació en Zaragoza en 1989. Licenciado en Historia y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Zaragoza (UZ) con la tesis El liberalismo en la encrucijada: entre la revolución y la respetabilidad 1833-1843, que obtuvo una mención honorífica de la Cátedra Cervantes de la Academia General Militar, a día de hoy es profesor titulado de Historia, Geografía e Historia del Arte en la Universidad Isabel I de Castilla en la ciudad de Burgos (Castilla y León).

Especializado en la historia contemporánea española, ha trabajado e investigado ampliamente sobre muchos temas de la España decimonónica (la Guerra de la Independencia, las guerras carlistas, la revolución liberal, conflictividad social, etc.). En la actualidad es uno de los mayores y mejores divulgadores históricos a través de las redes sociales y otros medios, además de ser autor de varios trabajos, como son sus más recientes publicaciones: Armas y votos. Politización y conflictividad política en España, 1833-1843 (2020) y Guerra y cuchillo. Los sitios de Zaragoza 1808-1809 (2021). La publicación en la editorial Esfera de los Libros de su último ensayo, España con honra. Una historia del siglo XIX español 1793-1923 (2022), nos brinda la oportunidad de charlar con él sobre la apasionante historia de España.

Daniel Aquillué y su último libro, «España con honra». Fuente: elperiodicodearagon.com
«Viva España con honra» fue el grito con el cual el dramaturgo Adelardo López de Ayala finalizaba el manifiesto que él redactó. Con él se daba el pistoletazo de salida para la revolución (la Gloriosa) en el mes de septiembre de 1868 que acabó con el derrocamiento de la monarquía de Isabel II. Una expresión muy optimista, cuanto menos, ¿por qué elegir precisamente ese título para tratar la tan atribulada historia decimonónica de España?

Es un título que tiene varias lecturas y que, comentándolo con mi editor, creímos era atractivo.

“España con honra” es un lema reconocible de un momento icónico del siglo XIX español, cuando de la revolución liberal se transita a la revolución democrática, con ese pronunciamiento cuya cabeza más visible es todo un “centauro carismático”, Juan Prim. Además, ese grito esconde múltiples matices en su época: el político, el nacionalista, el moral y el de género. Son cuestiones que abordo en el libro.

Junto a ello, es una forma de reivindicar la historia de esa época, del siglo XIX, a veces tan denostada.

Estampa alegórica de la Revolución de 1868 «La Gloriosa» con Juan Prim como figura central. Caricatura de la revista satírica La Flaca (1874).
Es mucho lo que conocemos del siglo XIX, gracias a la proximidad histórica a nuestra época respecto a otras anteriores. La existencia de innumerables fuentes primarias nos ayuda a conocer y comprender mucho mejor un período histórico, ¿por qué entonces el siglo XIX sigue siendo tan desconocido (o malentendido)?

En el siglo XIX tenemos una tremenda expansión de la prensa y de las publicaciones, debido a una de las conquistas de la revolución liberal: la libertad de prensa. También tenemos los diarios de sesiones de las Cortes, la documentación de partidos políticos etc. Eso nos da muchas más fuentes primarias. Y los historiadores las hemos trabajado con profusión. El problema ha sido que la actualización historiográfica de las últimas dos décadas no ha llegado al conjunto de la sociedad, no se ha sabido divulgar adecuadamente ese conocimiento histórico.

La pregunta entonces es el porqué. Y aquí siempre menciono varios factores, porque como todo, no hay explicaciones simples. En primer lugar, el peso de la visión catastrofista de los regeneracionistas tras el supuesto «Desastre» de 1898, relato que caló en culturas políticas de derechas e izquierdas. En segundo lugar, la dictadura franquista que renegó del siglo XIX más allá del mito de 1808, al considerarlo la hidra de la revolución liberal y socialista. Y 40 años de dictadura pesan en la mentalidad, marcando a generaciones. En tercer lugar, el modo en el que se puede enseñar en la educación la historia del XIX español: en 2º de bachillerato. Por un lado, el profesorado se ve ahogado por las altas ratios de alumnos y la burocracia educativa, haciendo lo que buenamente puede. Por otro lado, el alumnado se agobia por la espada de Damocles que le supone la prueba de acceso a la universidad. Así pues, muchas veces en 2º de bachiller la historia de la España del XIX se convierte en una sucesión inexplicable e inconexa de guerras, constituciones, pronunciamientos y gobiernos. Al final, no se entiende nada.

Conocida por la historiografía como Guerra de la Independencia Española (1808-1814) se suele considerar este conflicto como el acontecimiento que, unido al proceso político gaditano paralelo, fraguó la identidad nacional española, surgiendo a partir de ahí el estado-nación contemporáneo. Dado que este desarrollo identitario nacional también se dio en otros países, con sus particularidades, a lo largo del siglo, ¿crees que sin la invasión napoleónica podría no haberse producido el proceso o bien este camino nacionalista era un camino inevitable, que por un modo u otro había que recorrer?

En la historia no hay nada inevitable, a priori. Los nacionalismos fueron una de las grandes y más exitosas creaciones del siglo XIX, no existiendo una única forma de identidad nacional y dependiendo de los contextos. Debemos desechar las teleologías desde nuestro presente y ver cada cosa en su contexto.

Con la llamada Guerra de la Independencia se empieza a construir el estado-nación contemporáneo, al declarar a España una nación soberana que no puede ser patrimonio de ninguna familia, ni Bonaparte ni Borbón. Ahora bien, lo que primero se ensaya es una nación imperial, de ambos hemisferios, con la España europea y americana. Cuando esta se hace inviable y, en medio de una guerra civil, se construye el estado-nación español definitivamente, siendo clave la década de 1830.

Las identidades colectivas existían antes del nacionalismo y antes del estado-nación. Las últimas décadas del siglo XVIII resultan muy interesantes para observar los cambios en este sentido. Por ejemplo, me parece relevante la investigación de Raúl Moreno Almendral a este respecto. La invasión napoleónica de 1808 lo que hizo fue acelerar los procesos y abrir horizontes de oportunidad. Cuando las juntas provinciales reasumen la soberanía a fines de mayo de 1808 y las Cortes en 1810 decretan que la soberanía reside en la Nación es una respuesta clara a las Abdicaciones de Bayona de 1808. La movilización y politización desatada en 1808, junto al colapso de la monarquía imperial y el subsiguiente vacío de poder resultaron fundamentales en todo lo que vino después, sin duda.

Levantamiento del Dos de mayo. Obra de Joaquín Sorolla (1884).
La Primera Guerra Carlista (1833-1840) fue un fenómeno traumático que desgarró el país y marcó a la sociedad española, siendo el carlismo un problema latente durante las siguientes décadas. No fue hasta el final de la Guerra Civil Española (1936-1939) cuando este fenómeno tradicionalista comenzó a diluirse en el franquismo hasta su total irrelevancia actual. Sin embargo, muchos de sus ideales (foralismo, anticentralismo, etc.) pueden verse bien representados en la España actual en los movimientos nacionalistas. ¿Son los nacionalismos periféricos y el independentismo, una herencia directa del carlismo?

El carlismo fue derrotado militarmente en 1840 y 1876. En las primeras décadas del siglo XX tiene fuerza en tanto que forma parte de la alianza contrarrevolucionaria que, finalmente, lo absorbe tras el golpe de julio de 1936. También hay que incidir en que no fue nunca un bloque homogéneo ni tuvo siempre unos mismos ideales. A los carlistas les unía el rechazo a la revolución liberal primero y democrática después, viendo en los años 30 del XX fantasmas bolcheviques. Y tomaron como bandera una causa dinástica. Su lema de «Dios, Patria y Rey» condensaba los principios de la monarquía tradicional. Y esta era foral y compuesta. Sin embargo, creo que se trazan líneas rectas entre aquellas ideas y la actualidad, lo que no se ajusta a la historia. La defensa de los fueros no estaba ni en el inicio de la insurrección carlista en 1833. Eso vino después. Los carlistas no eran solo vascos y navarros, sino que era algo transversal a la sociedad española y a todo el territorio. Hubo focos carlistas en Ronda, Despeñaperros, La Mancha, Extremadura, Galicia, Castilla, La Rioja, Aragón, Castellón, Cataluña… y las provincias vascas y Navarra. En estas últimas también había liberales. Es lo que tienen las guerras civiles. También creo que se confunde, a veces interesadamente, la discrepancia del modelo de estado con el separatismo, y son cosas distintas. Los carlistas, incluidos los vascos y navarros, y los foralistas eran españoles pero luchaban por otro modelo de estado. Y aunque haya trasvases de personajes del carlismo de 1876 al nacionalismo vasco de Sabino Arana, no, el PNV no es herencia directa del carlismo.

Son muchos los acontecimientos que se desarrollan a lo largo de un período tan extenso como el que tratas, desde 1793 a 1923. Benito Pérez-Galdós, coetáneo de la época, intentó condensarlo y novelarlo en su magna obra de los Episodios Nacionales. La historia del hombre es el resultado de procesos colectivos, más si cabe en el siglo XIX. Es difícil, en suma, quedarse con un personaje y un acontecimiento concretos de la centuria pero, si tuvieras que elegir por su relevancia, ¿con que personaje(s) y acontecimiento(s) te quedarías y por qué?

En primer lugar, a favor de don Benito Pérez-Galdós, siempre. Sus Episodios Nacionales me introdujeron en el XIX. La pregunta que planteas es difícil, porque para empezar ¿qué consideramos relevante, en qué sentido? No es inocente.

Así que, como se dice, me llevo el agua a mi molino y hablo de constructores (y constructoras) del estado-nación. En primer lugar, la triada liberal-progresista que sentó las bases: Jacinta Martínez de Sicilia, Baldomero Espartero y Juan Álvarez Mendizábal. Espartero fue quien derrotó a la contrarrevolución en los campos de batalla entre 1836 y 1840, personificando al estado liberal y la defensa de los principios de la Constitución de 1837, imponiéndose a la reacción de la monarquía representada por María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Para poder hacerlo y convertirse en el auténtico ídolo de masas de la España decimonónica necesito del apoyo moral y consejo de su esposa, Jacinta, de la que tenía dependencia emocional, y necesitó también del dinero de Jacinta para pagar a sus soldados durante la guerra carlista. Sencillamente, sin Jacinta no habría Espartero, y sin Espartero difícil victoria sobre el carlismo, y sin ello el estado-nación se habría construido de otra manera. En esta lid, también fue clave Mendizábal, gracias al cual fue posible financiar ese estado-nación, merced a su desamortización, entre otras cosas. Consiguió liquidez y crédito para la Hacienda nacional, además de dotar de una primera red de edificios estatales.

En segundo lugar, siguiendo esa línea, los políticos liberales moderados como Javier de Burgos (antiguo afrancesado) que hizo la división provincial en 1833 que mantenemos con mínimos cambios, Alejandro Mon que instituyó un nuevo sistema fiscal en 1845 y Claudio Moyano que elaboró la ley educativa de 1857 que se mantuvo un siglo.

En tercer y último lugar, el pueblo, o más concretamente las clases populares. Un sujeto colectivo que fue quien moldeó la historia, movilizándose y politizándose mucho desde 1808. Fueron hombres y mujeres comunes quienes se levantaron contra Napoleón, quienes se negaron a pagar tributos señoriales, quienes aclamaron a Riego o le defenestraron, quienes lucharon en las guerras carlistas, quienes estuvieron en la Revolución de 1836, quienes montaron las barricadas de 1854, quienes enarbolaron la bandera de la república federal, gritaron abajo las quintas, dieron su sangre en Cuba, o consiguieron la jornada laboral de 8 horas con la huelga de La Canadiense en 1919.

Retrato de Baldomero Espartero. Obra de Antonio María Esquivel (1841).
Defiendes, y es compartida, la idea de que la Historia debe ser tratada de la forma más aséptica, desmitificadora y desapasionada posible, evitando posiciones maniqueas. En definitiva, poner las cosas en su contexto, tiempo y forma. ¿Por qué crees, sin embargo, que es tan tentador valerse de los mitos para conocer el pasado y mirar a ese pasado con ojos del presente?

La clave es el contexto, siempre. En cuanto a la desmitificación insisto en que la historia en su complejidad es muchísimo más fascinante que cualquier mito. No hace falta inventar ni exagerar. Y debemos ser honestos y metódicos a la hora de desentrañar ese pasado. En la pregunta anterior he dicho que no era inocente la selección y que llevaba la respuesta a un ámbito concreto. Luego explicaba los porqués. Si miramos los contextos podemos entender las motivaciones de los sujetos históricos, sin juzgarlos, pero sí explicándolos. En cuanto al desapasionamiento, creo que soy un ejemplo de lo contrario, pero en el sentido de que me fascino y me apasiona hablar de esta historia tan rica.

Los mitos se construyen para generar relatos identitarios, ya sean nacionales, políticos, religiosos… Lo hacen todas las culturas políticas y todos los colectivos que quieren buscar cohesión. Es normal que ocurra en las distintas sociedades. Sin embargo, lo dicho, el historiador desmitifica porque esos relatos míticos no suelen ajustarse a una realidad histórica que siempre es más compleja, llena de matices.

Episodio de la Revolución de 1854 en la Puerta del Sol. Obra de Eugenio Lucas Velázquez (1870).
Volviendo a Galdós, uno de sus episodios nacionales se titula Los duendes de la camarilla (1903), en referencia al círculo cortesano de políticos y religiosos que rodeaban a la reina Isabel II, que actuaban de forma irregular e intrigante y eran el foco de las iras del pueblo. Son comportamientos que pueden sonarnos muy actuales, salvando las distancias. ¿Tan poco cambian las costumbres en casi dos siglos?

El tema de la camarilla que rodea al poder ha sido algo común en muchos períodos de la historia en todas partes. El relato del rey mal aconsejado, esos motines en los que se gritaba “viva el rey y muera el mal gobierno”. En el caso de la reina Isabel II esta fue patrimonializada por el partido moderado, lo que provocó que tuviera una base política y social cada vez más estrecha. Cánovas aprendió de ese error.

Las críticas al poder siempre han existido, de diversas formas, pero se expresan más claramente en sociedades con libertad y democracia. No creo que nuestro actual monarca esté en una situación como su antepasada, precisamente. No tiene ni a una sor Patrocinio, ni su cónyuge es simpatizante del carlismo, ni está el partido de Narváez en el gobierno.

Retrato de Benito Pérez-Galdós, el Cervantes decimonónico. Obra de Joaquín Sorolla (1894).
Suele ser un lugar común por parte de la «intelectualidad» considerar a España como una excepción histórica dentro de los países de su entorno. El siglo XIX español, que tú tratas en el libro, es un caso paradigmático, con el fin del imperio y su subordinación a otras potencias. Es una visión como vemos muy pesimista, de autocompadecimiento. A pesar de lo mucho que se ha hecho (y se hace) por solventar esa imagen tan negativa, ¿crees que hay visos de que se llegue a superar plenamente? ¿Qué se puede hacer?

¿A qué consideramos «intelectualidad»?

Los regeneracionistas, considerados intelectuales en su época, fueron artífices de un relato de una España que parecía no tener remedio, de una Europa que acababa en los Pirineos, de que todo había sido un fracaso. Eso permeó. Y Manuel Fraga, siendo ministro de Franco, acuñó ese «Spain is different«. La historiografía de los 70 y 80, ya desactualizada, vio la historia con base en procesos teleológicos, unidireccionales y únicos de modernización. Hay gente que se ha quedado con esa interpretación que, como digo, está desactualizada. La historiografía española actual se mueve en otros parámetros e interpretaciones. En ella baso mi libro, en ella insisto para divulgar la historia del XIX español, que no fue ni fracaso ni excepción, sino plenamente integrado en las dinámicas europeas de su época.

¿Se pierde el imperio? Sí, el imperio de la monarquía se pierde en gran medida en 1826 cuando se rinde la guarnición del Callao. La monarquía francesa había perdido el Canadá en 1763, la británica las Trece Colonias en 1783 y la portuguesa pierde Brasil en 1822. Caen monarquías imperiales y se construyen nuevos estados-nación. No veo nada singular en el caso español. En 1898 la pérdida del renovado imperio produce una crisis de identidad nacional pero es beneficioso social y económicamente, sin ni siquiera provocar una crisis política. Y en ese periodo otros países también viven crisis nacionales, como Francia, traumatizada desde 1870 por la pérdida de Alsacia y Lorena.

Los historiadores tenemos mucho trabajo por delante, y no solo es investigar, hay que hacer divulgación de calidad. Espero aportar mi granito de arena a esta tarea. Es difícil, pero nada es imposible.

El siglo XIX español finaliza en plena Restauración canovista, con el turnismo entre los dos partidos dinásticos (el Liberal y el Conservador). Se consiguió apartar al Ejército de la esfera política y evitar con ello nuevos espadones, que tanto habían marcado en la esfera política anterior (Espartero, Narváez, O’Donnell, Serrano, Prim, etc.). Precisamente el libro finaliza en 1923, cuando surge un nuevo espadón (Miguel Primo de Rivera). Posteriormente aparecería otro más (Franco), el último y más duradero hasta hoy. Parece que la historia se ha repetido, al menos en ese sentido, y siempre es complicado pronosticar el futuro pero, ¿crees que es descabellado pensar que puede volver a ocurrir un fenómeno parecido?

Calificar a todos esos personajes de espadones nos puede confundir. En el libro explico la dinámica del pronunciamiento, como un tipo de acción en el que los militares actúan en connivencia con civiles, como líderes de movimientos o partidos políticos, no corporativamente, y muchas veces en un sentido liberal, constitucional e incluso revolucionario. El caso de Miguel Primo de Rivera es distinto. Aunque se podría considerar el último pronunciamiento, actúa en connivencia con el rey Alfonso XIII y el resultado es reaccionario, antiliberal, una dictadura que rompía con una larga tradición constitucional española. Además, Primo de Rivera, al igual que luego Francisco Franco, actúan ya como militares en un sentido corporativo, de un ejército que se siente agraviado. Son muy distintos a Riego, Espartero, O’Donnell o Prim. Incluso son muy diferentes a militares conservadores, pero liberales, como Pavía o Martínez-Campos.

Como cualquier demócrata espero que no suceda nada así. No estamos en el siglo XIX ni en el XX. Nuestras Fuerzas Armadas tienen sus atribuciones constitucionales en democracia como fieles servidoras del Estado, están adaptadas al siglo XXI, y que así siga.

Daniel Aquillué con su libro en la Puerta del Sol (Madrid). Foto de Javier Velasco Oliaga todoliteratura.es
Ya para finalizar, Daniel, agradeciéndote el tiempo que nos has dedicado, muchos son los pros y los contras que se pueden encontrar en la historia española del siglo XIX ¿Cuáles son para ti las huellas más evidentes, ideales (ideas) o materiales, para bien o para mal, de lo conseguido en el XIX en nuestro tiempo presente?

Bueno, el siglo XIX lo permea todo. Suelo decir que todo se inventa, reinventa o ensaya en ese siglo. Cuando miramos los nombres de nuestras calles, por ejemplo, muchos se pusieron en aquella centuria y hacen referencia a personajes o acontecimientos decimonónicos. La mayoría de las estatuas que adornan plazas son de la época de la Restauración, las grandes avenidas céntricas de nuestras ciudades se abrieron con los ensanches burgueses… Pero es que nuestro sistema político representativo, de monarquía constitucional, de partidos y libertades viene en buena medida de los ensayos e ideas del siglo XIX. También cuando celebramos la fiesta nacional, ondeamos los colores nacionales o tarareamos el himno… es puro siglo XIX, que es cuando se instauran esos símbolos. Y para acabar con buen sabor de boca: cuando comemos tortilla de patatas y croquetas estamos saboreando recetas que se sacralizan en aquella centuria.

Foto de portada de Librería Nueva Plaza Universitaria

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