El ultraje de Anagni

Septiembre de 1303. El creciente poder secular de las monarquías europeas occidentales, principalmente la Francia de la dinastía de los Capetos, choca contra el poder espiritual de la Santa Sede de Roma, representada por el Sumo Pontífice. Dos poderes enfrentados que amenazan con desquebrajar el orden político del continente. En una pequeña ciudad italiana, Anagni, tiene lugar un desagradable episodio que confirma y expande la enemistad de los poderes establecidos bajo la fe de Cristo en la lucha por el poder y que traerá graves consecuencias para la Cristiandad. Veamos como se llegó, que fue y lo que supuso el llamado ultraje de Anagni.

Contexto histórico

Para comienzos del siglo XIV, la Cristiandad europea se encontraba en una situación muy conflictiva. Poco más de una década antes se había producido la caída de Acre (1291), el último reducto que el otrora reino latino de Jerusalén aún conservaba en Palestina. Tras esta última y definitiva derrota, la época de las Cruzadas había acabado de forma estrepitosa, finalizando para siempre los intentos por recuperar Tierra Santa de manos de los musulmanes. El desinterés generalizado de las grandes monarquías, centradas en sus disputas particulares, hizo que jamás volviera a plantearse ningún nuevo proyecto cruzado.

Reconstrucción de la Antigua Basílica de San Pedro (Roma), sede del poder papal entorno a mediados del siglo XV. Dibujo del siglo XIX.
La monarquía Capeta

Francia se mostraba como la gran monarquía continental. Gobernada por la dinastía de los Capetos, desde su ancestral capital, París, habían logrado desde comienzos del siglo XIII imponerse a la Inglaterra de los Plantagenet y sus pretensiones en el oeste (Imperio Angevino), así como a la amenaza de la herejía cátara en el sur, participando activamente también en las últimas Cruzadas. Con ello se consiguió unificar casi todo el antiguo reino franco.

Reino grande y poderoso, muy poblado y altamente desarrollado, los sucesivos monarcas Capetos de ese siglo (Felipe II Augusto, Luis VIII, San Luis IX, Felipe III) se habían impuesto como los soberanos más poderosos e influyentes de la Europa occidental. Aspirando a un poder mayor, pusieron sus miras en el sur, chocando con las pretensiones expansionistas de la Corona de Aragón. Esta aspiraba a hacerse con el control de Sicilia (Vísperas sicilianas) frente al reino de Nápoles, gobernado por la dinastía francesa de los Valois. Esto provocó décadas de conflictos en el Mediterráneo occidental.

Las vísperas sicilianas. Obra de Francesco Hayez (1846).

En el año 1285, mientras se encontraba en plena guerra contra Aragón (Cruzada Aragonesa), se produjo la muerte del rey Felipe III el Atrevido. Subió al trono su hijo, Felipe IV, conocido como el Hermoso. Muy altivo, de personalidad rígida y severa, supo rodearse de consejeros competentes, los cuales dieron en los años siguientes un fuerte impulso al desarrollo comercial y a la centralización monárquica frente al tradicional sistema del feudalismo, que fue cayendo en declive en favor de la soberanía absoluta del rey. Su matrimonio con la reina Juana I de Navarra en 1284, le permitió reunir en su poder ambos reinos, reinando como Felipe I de Navarra, y aumentando aún más su poder autoritario. Era inevitable que surgieran nuevos conflictos.

Retrato imaginario de Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. Autor anónimo.
El Pontificado de Bonifacio VIII

Frente a aquel gran poder secular se encontraba el poder religioso, el Papado. Imperante desde la Ciudad Eterna, la Curia Romana no estaba dispuesta a perder su capacidad de influencia espiritual y su gran poder terrenal. Durante la segunda mitad del siglo XIII se habían ido sucediendo varios pontificados, todos ellos breves y sin apenas tiempo para plantear una política efectiva, circunstancia que provocó entre otras cosas el final de las Cruzadas. Sin embargo, en la Nochebuena de 1294 subió al trono de San Pedro un nuevo y decidido Pontífice: Bonifacio VIII.

Nacido con el nombre secular de Benedetto Gaetani en 1235, pertenecía a una importante familia nobiliaria del sur de Italia. Instruido en teología y docto en derecho canónico, ejerció como canónigo en varias sedes episcopales hasta su nombramiento como cardenal por el Papa Nicolás IV en 1281. Desde entonces tomó parte destacada en los cónclaves de fin de siglo hasta su elección como Pontífice en el cónclave de 1294, celebrado en Nápoles, tras producirse la insólita renuncia de su antecesor, Celestino V, tras cinco meses de pontificado, uno de los pocos casos de abdicación papal en la larga historia pontificia.

Retrato de Bonifacio VIII. Obra de Cristofano dell’Altissimo (1552).

Feroz defensor de la soberanía universal del Papado sobre toda la Cristiandad, aspirando a crear una teocracia continental, restableció y reorganizó la Curia en Roma, anulando los edictos de su predecesor emérito. Tomó además la polémica decisión de encarcelar al abdicado Celestino V, temeroso de que este pudiera retractarse de su decisión y se provocase un cisma dentro de la Iglesia. El Papa emérito permaneció recluido hasta su fallecimiento, en extrañas circunstancias, en 1296.

A nivel internacional, deseoso de hacer resurgir el espíritu cruzado, Bonifacio VIII medió para poner fin a los conflictos del momento, principalmente en la disputa de Aragón y Nápoles por Sicilia. En noviembre de 1295, a instancias suyas, se firmó la Paz de Agnani. El rey Jaime II de Aragón renunciaba a Sicilia a cambio de que se levantase su excomunión. El pueblo siciliano rechazó el acuerdo, rebelándose y coronando como rey al hermano del rey aragonés, Federico II. Tras varios años más de conflicto, finalmente se aceptó el reinado de Federico en 1302 y la paz volvió al Mediterráneo. El Papa tuvo que asumir este fracaso político.

Como cualquier Papa de la época, Bonifacio no escatimó recursos para beneficiar a sus colaboradores, aliados y familiares (nepotismo), chocando con la importante familia romana de los Colonna. Acusados de herejía y blasfemia, sus miembros huyeron, refugiándose en Francia al amparo del rey Felipe IV. Estas decisiones, aunque decididas, se vieron empañadas por la arrogancia del Pontífice, su intransigencia y falta de tacto, surgiendo muchas voces críticas y enemigos, tanto en la propia Italia como fuera de ella.

Conflicto in crescendo. Acusaciones y condenas mutuas

Llegados a este punto, es cuando se darán los sucesos que provocaron el atentado de Agnani. Como suele suceder, el desencadenante del conflicto fue de tipo pecuniario. Desde el principio del reinado de Felipe IV, los disputas entre las autoridades eclesiásticas francesas y los oficiales reales por el cobro de impuestos y demás potestades habían sido constantes, provocando la protesta de los obispos, amparados por el Papa. Por lo general, estas disputas se resolvían en favor de la jurisdicción real. La intención del rey de hacer tributar también al clero francés para sufragar los gastos del reino decidió a Bonifacio VIII a actuar.

En febrero de 1296, el Santo Padre promulgó la epístola Clericis laicos, bula papal mediante la cual se prohibía el cobro de impuestos al clero por parte de los soberanos sin autorización expresa de la Santa Sede, bajo pena de excomunión. El rechazo de Felipe IV a esta disposición provocó un bloqueo económico de Francia sobre los Estados Papales. Ante esta emergencia Bonifacio decidió dar marcha atrás y en 1297 se llegó por ambas partes a un acuerdo que evitó, por el momento, un conflicto mayor.

Esta solución sería breve, pese a los intentos de reconciliación. La situación finalmente se agravó cuando en julio de 1301 Felipe IV, asumiendo una función que no le correspondía a él sino a la Iglesia, ordenó el arresto, acusado de traición, del obispo de Pamiers, Bernard Saisset, quién se había negado a pagar tributos al rey. El Pontífice se encolerizó por este hecho, reuniendo en Roma a los obispos franceses para juzgar al monarca por todo tipo de abusos inauditos contra la Iglesia.

Felipe IV, por su parte, reunió en París en marzo de 1302 una gran asamblea integrada por representantes del clero, la nobleza y, por primera vez, también por el estamento ciudadano parisino. Con esto nacieron los Estados Generales de Francia. Con el apoyo de todo el reino, acusó abiertamente a Bonifacio de herejía, simonía, de asesinar al anterior Papa prisionero Celestino V y de atentar contra la soberanía francesa.

El Santo Padre, en respuesta, promulgó en noviembre de 1302 un ultimátum: la bula Unam sanctam. Con ella declaró de forma enérgica y desmesurada, como no se había hecho antes ni se haría después, la supremacía espiritual del Papado sobre toda la Cristiandad, incluido el poder temporal de los reyes. Por lo tanto, preparó la excomunión de Felipe IV y afirmó su derecho supremo para deponerle como rey. Este decidió entonces ir a la acción directa.

El suceso

Expuesto el dilatado conflicto político, finalmente las palabras dieron paso a los hechos. En septiembre de 1303, antes de que se llevara a termino la bula papal y la excomunión del rey, Felipe IV ordenó a su consejero y canciller, Guillaume de Nogaret, partir a Italia al frente de un pequeño ejército, con ordenes expresas de detener al Papa y mantenerle recluido, a la espera de la celebración de un concilio que le depusiese y juzgase por herético. Este se presentó en la ciudad de Agnani, donde se encontraba entonces Bonifacio, y asaltó al frente de su escolta la residencia episcopal.

Tras una breve escaramuza, el Papa, abandonado por todos, fue detenido. Parece ser que la tensa situación llegó a su clímax cuando uno de los captores, Giacomo Sciarra Colonna, miembro de la familia romana acérrimamente enemiga del Pontífice, lleno de rabia y harto de la resistencia del anciano septuagenario, le propinó con su guantelete de hierro una severa bofetada en el rostro, para conmoción y escándalo de los presentes primero y de todo el orbe cristiano después.

Ilustración que muestra la supuesta agresión de Sciarra Colonna a Bonifacio VIII. Obra de Alphonse de Neuville (1872).
Sala de la bofetada, donde se produjo el ultraje al Papa Bonifacio VIII. Actual Palazzo Bonifacio VIII en Agnani (Italia).

Sea o no cierto este aborrecible hecho, durante tres días el Pontífice permaneció encerrado en su prisión, privado de agua y comida, buscando así debilitarle y forzarle a renunciar a su cargo. Pero Bonifacio VIII se mantuvo inflexible y se negó rotundamente a abdicar. Fue entonces cuando la población de Agnani, escandalizada, se sublevó en defensa del Papa, obligando a huir a sus captores y liberando al Santo Padre, quien pudo regresar a Roma, refugiándose en el Vaticano. Fuertemente afectado por las injurias y el duro trato recibido, Bonifacio VIII falleció un mes después (13 de octubre), según parece de pena moral, en una situación de fuerte melancolía y desesperanza, sin haber podido desquitarse de la afrenta.

Consecuencias

El conocido como ultraje de Agnani trastocó el panorama político-religioso de la Europa bajomedieval. Supuso el final de la pretensión de los Papas del dominio universal de la Iglesia frente a los poderes monárquicos de las nacientes naciones de Europa, perdiendo progresivamente su influencia y poder espiritual en los tiempos venideros. A pesar de la repentina muerte de Bonifacio VIII, el conflicto entre la Santa Sede y el reino de Francia continuó. Con un talante mucho más conciliador, su breve sucesor (apenas nueve meses de pontificado), Benedicto XI, anuló la excomunión del rey Felipe IV y este proclamó su obediencia al nuevo Santo Padre. Aún así, la disputa se mantuvo.

Palacio de los Papas en Aviñón (Francia), lugar de la Santa Sede durante casi un siglo.

El acuerdo definitivo se alcanzaría mediante el siguiente Papa, Clemente V (1305-1314), quien, al ser un clérigo francés, se mostró mucho más maleable a los intereses de su rey. De hecho, la victoria del monarca y la total influencia francesa en el Papado se confirmó por completo con dos hechos posteriores: primero, en 1309 se produjo el traslado de la Santa Sede, abandonando la conflictiva y apestada Roma, a la ciudad francesa de Aviñón, comenzando así un período de casi ochenta años de predominio francés sobre la Iglesia, conocido como el Papado de Aviñón (1309-1377); el otro suceso sería en 1312 cuando Clemente V, a instancias de Felipe IV, mediante la bula Vox in excelso condenase a la desaparición completa a la importante orden de los caballeros templarios.

Por su parte, aunque victorioso tanto en su disputa con el Pontificado, sometiéndolo a su voluntad, como frente a sus enemigos de la Orden del Temple, el rey Felipe IV el Hermoso apenas pudo saborear las mieles de sus éxitos. Gravemente herido tras sufrir un accidente de caza, falleció en noviembre de 1314. Su muerte marcaría el comienzo de una larga época de crisis dinástica para Francia, comenzando el fin de la dinastía de los Capetos y el posterior estallido de la Guerra de los Cien Años (1337-1453).

Bibliografía

-Álvarez Palenzuela, V. A. (coord.) (2013). Historia Universal de la Edad Media. Barcelona. Editorial Ariel.

-Daugherty, G. (2019). In 1303 the French King Sent Goons to Attack and Kidnap the Pope. Canal Historia https://www.history.com/news/french-king-kidnapping-pope-philip-iv-boniface-vii

-Melgar, L. T. (2005). Historia de los Papas. Desde San Pedro hasta Benedicto XVI. Madrid. Editorial Libsa.

-Runciman, S. (1979). Vísperas sicilianas: una historia del mundo mediterráneo del siglo XIII. Madrid. Alianza Editorial.

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