Cuba, Cartago, París, Roma, Zamora y China. 6 frases históricas sobre topónimos

1. Más se perdió en Cuba

Pintura estadounidense que muestra al USS Olympia liderando el ataque a la flota española en la batalla de Cavite, en el contexto de la guerra hispano-estadounidense.

Este es el recuerdo de una traumática pérdida y de una terrible aflicción en el orgullo patrio. España vio cómo se derrumbaban los últimos resquicios de la grandeza del poder imperial de antaño, o al menos así se sintió.

La frase hace referencia a la trágica derrota —desde la perspectiva española, claro— del conflicto conocido como guerra hispano-estadounidense del año 1898. Este enfrentamiento bélico también se conoce como guerra de Cuba y más lacerantemente como Desastre del 98.

El infortunio no sólo afectó a Cuba. Este funesto año marcó el punto definitivo del colapso de lo que fue el imperio global español y su aventura colonial con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Guam, y Filipinas. Aunque España mantuvo el control de algunos territorios principalmente africanos, la crisis que se desató fue profunda y no alcanzó sólo a la política, sino que tuvo repercusiones sociales, culturales y hasta morales.

Con el Tratado de París del 10 de diciembre de 1898 España renunció a su derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba, entregó Puerto Rico, las islas Filipinas y Guam a Estados Unidos. Al no poder defender las demás posesiones en Oceanía, al año siguiente España tuvo que vender con el Tratado germano-español las islas Carolinas y Marianas al Imperio alemán.

La magnitud de las pérdidas del 98 impregnó la cultura popular. La frase se usa en un tono aliviador para disminuir la gravedad de un problema, recordando que “más se perdió en Cuba”. También se solía decir “más se perdió en Cuba y vinieron silbando (o cantando)”, acentuando así el menoscabo de la preocupación.

2. Carthago delenda est | Cartago debe ser destruida

El asalto final de Cartago, por Heinrich Leutemann.

La cultura romana es uno de los cimientos ineludibles de la civilización occidental. Sus aventuradas empresas están grabadas en nuestra conciencia histórica y el contenido de sus famosas narraciones (históricas o ficticias) aún estimula nuestro fuero interno.

Esta famosa locución latina se atribuye a Marco Porcio Catón, conocido como Catón el Viejo, combatiente en la segunda guerra púnica y gran impulsor político de la tercera guerra púnica contra Cartago. No sólo promovió la guerra, sino la destrucción de Cartago. Y es esto precisamente lo que la célebre sentencia expresa.

La promoción de la guerra contra Cartago fue el cometido que ocupó la última actividad pública de Catón. Tanto interés tuvo en el asunto que lo hizo con verdadera insistencia. Convencido de que la protección de Roma dependía de la destrucción de Cartago, el disciplinado político romano se hizo famoso por acabar todas sus intervenciones en el Senado con la adición final Ceterum censeo Carthaginem esse delendam, que significa “Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida”.

Las guerras púnicas fueron tres conflictos en los que se enfrentaron Roma y Cartago entre los años 264 a. C. y 146 a. C. El principal y decisivo enfrentamiento de la tercera guerra púnica fue la batalla de Cartago que concluyó con la destrucción del imperio y la ciudad de Cartago. Catón se salió con la suya…

La frase se emplea para expresar una idea firme que se persigue con obstinación.

3. Paris vaut bien une messe | París bien vale una misa

Entrada triunfal de Enrique IV en París. Pintura de Rubens.

Los franceses siempre han dado de qué hablar. En ocasiones, hasta han dejado para la historia las mismas frases con las que recordar y comentar sus acontecimientos. La presente frase se dijo en la fase final de una época marcada, más bien lastrada, por las terribles Guerras de religión francesas ocurridas entre 1562 y 1598.

Este conflicto, que comprende hasta ocho enfrentamientos distintos, se concentró en las disputas entre católicos y hugonotes (protestantes calvinistas franceses), lo cual involucró controversias políticas entre casas nobiliarias como los Borbón, los Guisa o los Valois. Todo esto con el telón de fondo internacional de la Inglaterra de Isabel I como potencia protestante (aunque no calvinista) y la España de Felipe II como potencia católica. La contienda no era poca cosa y ocurrió lo que suele ocurrir cuando se mezclan política y religión. A estos eventos pertenece la brutal matanza de San Bartolomé, uno de los notables episodios de la larga lista de la infamia universal.

Enrique de Borbón, quien en un principio era hugonote, tuvo que convertirse al catolicismo para llegar al trono y coronarse como Enrique IV de Francia. En abril de 1598 promulgó el edicto de Nantes que puso fin a las Guerras de Religión de Francia.

Previamente, Enrique intentó convertirse en rey como hugonote, pero la intervención activa del Imperio español en la última etapa de la guerra civil francesa por la lucha por la sucesión lo evitó. La Liga católica impidió a Enrique tomar París y con la ayuda de España forzó al Borbón a mantenerse en el sur del país. Finalmente, Enrique no tuvo más opción que convertirse al catolicismo, pues sólo así consiguió entrar en París. Fue entonces cuando pronunció la famosa frase “París bien vale una misa”, seguramente apócrifa.

La sentencia ha trascendido su contexto histórico para actualmente convertirse en un tópico usado para expresar la pertinencia de concesiones por razones de utilidad y conveniencia. Se emplea principalmente para referirse a los actos de realismo político, más allá de los ideales.

4. Roma traditoribus non praemiat | Roma no paga a traidores

La muerte de Viriato. Pintura de José Villegas Cordero.

Sí, romanos otra vez… Son una fuente inagotable tanto de gestas como de rotundas frases lapidarias que inician o culminan las hazañas con un halo de gloria indudablemente atractivo. No sólo hay que saber guerrear, sino también narrar lo sucedido.

En esta ocasión, la sentencia involucra el asesinato de un personaje cuya figura ha sido tan idealizada y ensalzada como la de otros héroes populares. Nos referimos a Viriato. Si bien es cierto que la veracidad del pronunciamiento de la frase es incierta, tampoco se puede negar la potencia narrativa de la leyenda y la dignidad romana.

Viriathus o Viriato fue un líder lusitano que se opuso a Roma a mediados del siglo II a. C. frente a su expansión por Hispania. Los romanos vencieron en las Guerras lusitanas e incorporaron a la República el territorio conquistado. Viriato dirigió campañas contra los romanos y se ganó la fama de gran jefe militar.

El caudillo lusitano fue (supuestamente) asesinado mientras dormía por tres de sus propios hombres: Audax, Ditalcos y Minuros. Estos habían sido enviados a negociar con los romanos, pues Viriato se vio forzado por la situación. En ese encuentro se cuenta que fueron sobornados y al regresar mataron a su líder. Tras el oprobio, los “Judas” acudieron a los romanos para cobrar su recompensa, pero no obtuvieron más que el deshonor, pues la respuesta fue clara: “Roma no paga a traidores”. Algunas versiones afirman que sí fueron recompensados pero, en cualquier caso, no hay documentación histórica concluyente.

5. No se ganó Zamora en una hora

Sancho II de Castilla

La frase hace referencia al arduo sitio que sufrió la ciudad de Zamora que el rey Sancho II de Castilla realizó para conquistarla frente a su propia hermana Urraca de Zamora. El asedio se prolongó durante más de siete meses y la leyenda de la resistencia forma parte del orgullo zamorano.

Sancho II se propuso reunificar bajo su autoridad la herencia que su padre Fernando I de León, “el Magno”, había dejado a sus hijos. Para ello, inició una imponente campaña de conquista frente a sus hermanos. Sancho era el primogénito varón y consideraba que tenía derecho sobre los dominios de su padre, al completo. Al morir el patriarca en el año 1065, sus territorios fueron repartidos: Urraca, la hija mayor, heredó Zamora; el segundo, Sancho, heredó el antiguo condado de Castilla, ahora convertido en reino, y las parias sobre la Taifa de Saraqusta; a Alfonso le correspondió el reino de León, lo que implicaba el título imperial, y los derechos sobre Toledo que entonces era una taifa musulmana; García recibió el reino de Galicia y los derechos sobre Sevilla y Badajoz que entonces también eran taifas; y a Elvira le tocó la ciudad de Toro.

Afligido por el reparto paterno, ni corto ni perezoso, Sancho se dispuso a reclamar por la fuerza lo que consideraba que era suyo. Antes de la conquista, Sancho quiso dejar todo bien atado y renovó el vasallaje de la taifa de Zaragoza sitiando la ciudad y entró en guerra con sus primos Sancho de Pamplona y Sancho de Aragón. En un alarde de originalidad e ingenio, la tradición llamó a este conflicto “la guerra de los tres Sanchos”.

A continuación, se abrió un período bélico entre los tres hijos varones de Fernando de León. Al morir la madre en 1067, Sancho inició una ofensiva que concluyó con la conquista de León y Galicia frente a Alfonso y García, respectivamente. Sancho no tardó en hacerse con la ciudad de Toro que le pertenecía a Elvira. Sólo quedaba Zamora y Urraca decidió resistir. La infanta se atrincheró tras los muros de la ciudad. Los muros eran altos y fuertes, así que Sancho no consiguió entrar. De esta manera se inició el famoso acontecimiento conocido como el cerco de Zamora.

Este evento oscila entre la leyenda y la realidad, puesto que, como es frecuente, las pruebas documentales son escasas. Son los cantares de gesta los que atribuyen al noble leonés Vellido Dolfos el asesinato de Sancho por traición. Lo cierto es que el rey Sancho murió durante el cerco de Zamora y quien acabó heredando el reino unificado fue su hermano Alfonso VI de León que hasta ese momento se encontraba refugiado en la Taifa de Toledo. Urraca mantuvo su señorío sobre Zamora.

6. Cuando China despierte, el mundo temblará

Napoleón cerca de Borodino. Pintura de Vasili Vereshchaguin.

El propio Napoleón Bonaparte se dio cuenta de la magnitud del gigante asiático. Tanto fue así que en el momento álgido de sus campañas militares tuvo conciencia del potencial pero imponente poder chino. Este es el sentido de la frase.

Tras una triunfal campaña en Italia Napoleón dirigió una expedición bélica a Egipto y se plantó frente a la imponente Esfinge, o al menos así lo retrató el artista Jean-Léon Gérôme. Aunque la expedición concluyó con la victoria otomana y británica, el futuro emperador de los franceses, el mismo que llegará a controlar casi toda Europa occidental y central, demostró sus excepcionales dotes militares y su férrea determinación. Incluso en tales circunstancias fue prudente y no se atrevió a poner a prueba su suerte y su genio frente a China, puesto que fue precisamente el año anterior a proclamarse emperador y tres años después de su retorno de Egipto cuando supuestamente pronunció la frase.

Napoleón observó la organización social, la forma administrativa y el sistema tributario de la China del momento y comprobó su unidad política garantizada por el gobierno dinástico, a la vez que Europa se dividía en distintas naciones y Estados. Napoleón concibió como un peligro inminente las posibles futuras intenciones de industrialización y expansión del Imperio chino. Más le valía no despertar tales pretensiones en un territorio que avanzaría de un modo más veloz que cualquier país europeo. Napoleón simplemente interpretó el probable porvenir de China bajo el prisma de la historia de sus consolidadas instituciones y el devenir de la modernidad europea.

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