Si por un instante observamos con detenimiento un mapa político de África, nos daremos cuenta que muchas de sus fronteras actuales están trazadas mediante líneas rectas casi perfectas. Ello es debido a que el continente africano fue repartido entre las potencias europeas durante la cuestionada Conferencia de Berlín (1884-1885), sin tener en cuenta la opinión de los diferentes pueblos que lo habitaban. Pero para poder entender bien este proceso, primero debemos retrotraernos en el tiempo.
África, un continente ‘casi’ desconocido
Desde tiempos antiguos, el norte de África había sido el origen de pujantes civilizaciones como Egipto o Cartago (esta última rivalizaría con la mismísima Roma por el control del Mediterráneo). Según el relato de Heródoto, el faraón Necao II (610 a.C.) financió una expedición fenicia con el fin de circunnavegar África (entonces llamada Libia). Otra exploración narrada por los griegos fue el llamado Periplo de Hannón, rey cartaginés que exploró la costa occidental africana en torno al siglo V. a. C. Más adelante en la Edad Media, surgirían otros imperios norteafricanos como el califato fatimí, el imperio almorávide o el imperio almohade en constante pugna con los reinos cristianos peninsulares por la hegemonía política y religiosa.
No obstante, el resto del vasto continente había permanecido prácticamente desconocido para los europeos, debido a la imposibilidad logística de atravesar el desierto del Sáhara o navegar a través del océano Atlántico. Ello no quiere decir que no existieran otros poderosos imperios o civilizaciones en el África subsahariana (ej: el reino de Zimbabue, el reino de Benín, el imperio etíope, etc). Un personaje a destacar fue Mansa Musa, rey del imperio de Malí (1312-1337), considerada como la persona más rica de la historia de la humanidad. Una finalizada la Reconquista, tanto Castilla como Portugal se hicieron con el control de ciertos enclaves estratégicos norteafricanos. En plena era de los descubrimientos, África jugaría un papel fundamental en la geopolítica mundial.
Primeras exploraciones
Las primeras exploraciones del continente africano por parte de Europa llegaron de la mano de los portugueses en el siglo XV. Enrique el Navegante (1394-1460), hijo de Juan I de Portugal, financió diversas expediciones para explorar la costa atlántica africana y buscar nuevas rutas hacia Oriente. La ciudad de Ceuta quedaría bajo poder portugués en 1415. Más tarde, Portugal se expandió por las islas Madeira (1418) y las islas Azores (1427) situadas en el océano Atlántico. Poco después, navegantes portugueses se embarcaron hacia el sur siguiendo la costa africana alcanzando el cabo Bojador (1434), el cabo Blanco (1441), las islas de Cabo Verde (1444) y la desembocadura del río Gambia (1446).
Por otro lado, en 1479 se firmó el Tratado de Alcaçovas entre Castilla y Aragón y el reino de Portugal debido a la rivalidad que empezaba a aflorar entre los reinos peninsulares. A través de dicho tratado, Portugal obtuvo el dominio sobre la costa occidental africana así como sobre las islas atlánticas, a excepción de las Islas Canarias que quedaron bajo el control de Castilla. Además, Portugal se aseguró el monopolio sobre el comercio de esclavos, marfil y oro en el territorio de Guinea. Posteriormente, el navegante Bartolomé Díaz llegó hasta el Cabo de Buena Esperanza en 1487 abriendo una nueva ruta comercial hacia Asia. En 1498 Vasco de Gama alcanzó Calicut (India) adelantándose al resto de potencias europeas en su carrera por llegar a las ansiadas especias.
Estos descubrimientos permitieron a Portugal convertirse en una emergente potencia marítima y comercial. El primer asentamiento europeo en la costa africana fue San Jorge de la Mina (Ghana), fundado por Juan II de Portugal (1481-1495) en 1482. Una de las consecuencias que tuvieron estas primeras incursiones, fue el establecimiento de las bases para el comercio a gran escala de seres humanos en la costa occidental africana, dando lugar a la trata occidental con el beneplácito y colaboración de las autoridades africanas. Esto se debía a que los europeos por lo general trataban de no adentrarse demasiado en un territorio todavía considerado sumamente hostil. Más tarde se apuntaron a esta horrenda pero rentable práctica otras potencias europeas como Inglaterra, Francia, Holanda, Dinamarca o España.
En la costa oriental africana, también tuvo lugar un activo comercio de esclavos en manos de gobernantes musulmanes: la trata oriental, presente desde el siglo VII. Tanto por la trata occidental como por la oriental, el continente africano tendrá un protagonismo clave en las rutas comerciales mundiales. A su vez, el descubrimiento de América en 1492 por Cristóbal Colón transformó radicalmente el mundo hasta entonces conocido. En 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas entre los Reyes Católicos (reyes de Castilla y Aragón) y Juan II de Portugal, con el fin de repartirse el Nuevo Mundo. En este tratado se fijó una zona exclusiva para Portugal a 370 leguas al oeste de Cabo Verde (futuro Brasil), además de quedar la costa africana bajo su dominio. No obstante, a pesar de estas prometedoras expectativas, el interior del continente africano era todavía un territorio inhóspito e inexpugnable para Europa.
Posteriores descubrimientos y comienzos de la colonización
Es bastante común en la mentalidad occidental pensar que el África subsahariana carece de historia propia. Sin embargo, este pensamiento es totalmente erróneo. Mucho antes de la penetración europea en el interior de África, ya existían florecientes estados como el imperio de Malí, el imperio de Songhay o el reino del Congo, entre otros.
Durante la Edad Moderna, la presencia europea en el continente africano fue más bien escasa, limitándose a factorías comerciales en algunos puntos estratégicos como Senegal, Gambia, la Costa de Oro, Gabón, la isla de Fernando Poo, las costas de Angola, Mozambique, Sudáfrica (colonias neerlandesas) o la isla de Madagascar.
Es importante recordar que la esclavitud ya existía desde tiempos inmemoriales en muchas partes de África, muchísimo antes de las primeras incursiones europeas propiamente dichas en el siglo XIX. No obstante, sería a partir del auge de la colonización europea cuando nuevas formas de dominio y explotación empezaron a cobrar protagonismo.
En 1822, la Sociedad Americana de Colonización fijó el territorio de Liberia como el lugar para enviar esclavos afroamericanos liberados procedentes de Estados Unidos. Veinticinco años más tarde se fundó la república de Liberia. Este sería uno de los escasos territorios en no ser colonizados por los europeos. El otro era el Imperio etíope, una de las naciones más antiguas del mundo, aunque tardaría mucho más tiempo en ser ocupado (entre 1936-1941 por Italia).
En 1830, con el objetivo de acabar con la piratería berberisca, empezó la colonización francesa de Argelia la cual se prolongaría en los decenios siguientes. A este territorio empezarían a establecerse colonos blancos en diferentes oleadas, lo que no estaría exento de conflictos con la población autóctona musulmana. La carrera por descubrir (y explotar) África no había hecho más que comenzar.
Más tarde en 1849, el doctor escocés David Livingstone cruzó el desierto del Kalahari hasta llegar al lago Ngami. Posteriormente, entre 1851 y 1856 describió los canales del río Zambeze. En noviembre de 1855, Livingstone fue el primer europeo en contemplar las cataratas Victoria, bautizadas así en honor de la reina Victoria. De 1858 a 1864, Livingstone exploró los ríos Zambeze, Shire y el lago Nyasa.
Otras exploraciones realizadas durante la década de 1850, fueron llevadas a cabo por John Speke y Richard Burton, que ocasionaron el descubrimiento de los lagos Tanganika y Victoria. Este último constituía el origen de las enigmáticas fuentes del Nilo, objeto de deseo de todos los exploradores. Por otro lado, Livingstone desapareció misteriosamente en torno a 1867, por lo que se envió una misión especial para dar con su paradero.
Finalmente en el año 1871, el intrépido explorador británico Henry Morton Stanley logró encontrar al desaparecido doctor Livingstone en el poblado de Ujiji (Tanzania), no sin hallar serias dificultades en su trayecto. Su famosa frase ‘Doctor Livingstone, I presume?‘ (¿El doctor Livingstone, supongo?) se convirtió en un mito para la prensa del momento, si bien otros autores dudan que realmente la pronunciase. A pesar de las insistencias de Stanley, Livingstone permaneció en África el resto de sus días.
Después de encontrar al doctor Livingstone, Stanley decidió proseguir con sus exploraciones. Pese a sus descubrimientos, este personaje también tuvo muchos episodios oscuros como sus contactos con Tippu Tip, el mayor comerciante de esclavos de África oriental. En 1874, desembarcó en la isla de Zanzíbar y más tarde circunnavegó los lagos Victoria y Tanganika. Adentrándose tierra adentro, llegó hasta el río Lualaba, afluente del Congo. Siguió navegando por este río hasta alcanzar el océano Atlántico en 1877.
El ambicioso Leopoldo II de Bélgica (1865-1909), plenamente convencido de sus tenebrosos proyectos colonialistas, no dudó en contratar los servicios de Stanley para firmar pactos con los jefes locales y apropiarse de grandes extensiones en la región del río Congo en su propio beneficio. Bajo una apariencia filantrópica, el rey belga sólo buscaba explotar las inagotables riquezas de la zona a través de su controvertida Asociación Internacional del Congo.
Entre 1860 y 1875, los exploradores alemanes Georg Schweinfurth y Gustav Nachtigal se aventuraron por el sur de Marruecos, el Sáhara y el Sudán. Estos dos viajeros obtuvieron valiosa información acerca de la cultura, lengua e historia de las poblaciones autóctonas. Schweinfurth confirmó la leyenda griega de la existencia de pigmeos más allá de Egipto. Sin embargo, fue el naturista y explorador franco-estadounidense Paul Du Chaillu el primer europeo en confirmar la existencia de estos pigmeos y de gorilas (otra leyenda) en África central.
Por otro lado, Francia ocupó Túnez en 1881 y posteriormente organizó una expedición dirigida por Pierre de Brazza para tomar posesión efectiva del Congo occidental, en clara competencia con los enviados del rey belga. Además fundó Brazzaville, actual capital de la República del Congo. Tres años más tarde, Francia se hizo con el control de la costa de Guinea. A su vez, a raíz de la inauguración del estratégico Canal de Suez (1869), Reino Unido aumentó su interés por Egipto en 1882, en poder de los otomanos.
Durante el desarrollo de la Segunda Revolución Industrial, el ansia colonialista por ser el primero en controlar un área geográfica determinada del continente africano había llegado hasta tal punto que se hacía necesario establecer una serie de medidas, si no se quería llegar a un verdadero conflicto armado entre todos los participantes (lo que acabaría ocurriendo irremediablemente décadas más tarde durante la Gran Guerra). África suponía un territorio muy rico en materias primas baratas y un inmenso mercado para Europa.
Conferencia de Berlín (1884-1885)
En plena carrera colonialista, las tensiones por hacerse con la mayor cantidad de territorios posibles eran cada vez más evidentes. Por esta razón, el canciller alemán Otto Von Bismarck trató de mediar entre las diferentes potencias europeas en el delicado asunto del reparto de África. Para ello organizó en Berlín una conferencia entre los años 1884-1885 a la acudieron representantes de todos los países con intereses directos en el continente africano (Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Portugal y España). Otras poderosas naciones que no participaron en el reparto, también fueron invitadas como observadoras (Imperio austrohúngaro, Dinamarca, Países Bajos, Unión entre Suecia y Noruega, Imperio ruso, Estados Unidos e Imperio otomano). Curiosamente, ningún estado o autoridad africana tuvo la oportunidad de acudir a la trascendental reunión en la que se iba a decidir su partición y posterior ocupación, que a la postre marcaría su historia más reciente.
El acta final de la Conferencia de Berlín constaba de treinta y cinco artículos. Algunos de los puntos más importantes que se acordaron en dicha conferencia fueron los siguientes:
- Libertad de comercio en la cuenca del río Congo, su desembocadura y regiones circundantes.
- Declaración sobre la trata de esclavos.
- Neutralidad internacional de la zona central de África.
- Ley de navegación para los ríos Níger y Congo.
- Introducción en las relaciones internacionales de normas uniformes para futuras ocupaciones.
Una regla que se tomó para evitar malentendidos fue el ‘principio de ocupación efectiva‘ (uti possidetis iure). Mediante esta norma, para que una potencia europea pudiese reclamación sus derechos de soberanía sobre un área determinada antes debía establecer una posesión real de la misma. Además se tenía que suscribir previamente un tratado con la población local y ejercer actos efectivos de administración. De esta manera se evitaba que cualquier país pudiese reclamar zonas sobre las cuales no se ejercía presencia alguna. En caso de posible conflicto entre dos potencias por alguna zona en disputa, se hacía necesario acudir a la mediación de un país tercero.
Otra medida que en teoría se debía aplicar era la protección de los nativos, la libertad religiosa y la ‘eliminación de la esclavitud‘. Esta última se demostraría totalmente inservible debido al extremo racismo con que las potencias europeas trataban a la población autóctona africana en la inmensa mayoría de los casos. Este racismo se apoyaba en teorías pseudocientíficas que afirmaban sin miramientos que la misión del hombre blanco era ‘civilizar’ al resto de razas, consideradas inferiores. Es de destacar que los habitantes de países como España o Portugal que también participaron en el reparto, eran a su vez menospreciados ante los ojos de boyantes naciones como Alemania o Inglaterra, si bien entraban en una categoría superior a los africanos.
Después de muchas liberaciones y negociaciones, el reparto quedó de la siguiente manera:
Reino Unido recibió Egipto, Sudán, la Somalilandia británica, Uganda, África Oriental Británica (Kenia), Rodesia (Zambia, Zimbabue), Niasalandia (Malawi), Bechuanalandia (Botsuana), Sudáfrica, Basutolandia (Lesoto), Suazilandia, Nigeria, Costa de Oro (Ghana), Sierra Leona, Gambia y las islas de Zanzíbar, Seychelles y Mauricio.
Francia se apoderó de la mayor parte de Marruecos, además de Argelia, Túnez, el África Occidental Francesa (Mauritania, Senegal, Malí, Burkina Faso, Níger, Guinea, Costa de Marfil, Benín) el África Ecuatorial Francesa (Chad, República Centroafricana, Gabón, República del Congo), la Somalilandia francesa (Yibuti) junto con las islas de Reunión, Comoras y Madagascar.
El Imperio alemán se alzó con los territorios de Togolandia (Togo), Camerún, el África Oriental Alemana (Ruanda, Burundi y Tanganica) y el África del Sudoeste Alemana (Namibia).
Italia pudo apropiarse de los territorios de Tripolitania y Cirenaica (Libia) además de Eritrea y la Somalilandia italiana. Es de destacar su estrepitoso fracaso al tratar de conquistar Abisinia (Etiopía).
Leopoldo II de Bélgica se adjudicó personalmente una extensa área de la cuenca del Río Congo. Este territorio se apodó como el Estado Libre del Congo. Más tarde, en 1908 se convirtió en el Congo Belga (República Democrática del Congo) cuando pasó a depender directamente de la administración del gobierno belga.
A Portugal le correspondió el control de los territorios de la Guinea portuguesa (Guinea-Bissau), el África Oriental Portuguesa (Angola) y el África Oriental Portuguesa (Mozambique). Por otro lado, el país luso ya contaba desde el siglo XV con las islas Azores, Madeira, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe junto con algunos enclaves costeros fruto de sus expediciones. En 1778, Portugal había cedido la región de Río Muni a España.
Por último, España contó con la parte norte de Marruecos, el enclave de Sidi-Ifni, el cabo Juby, Río de Oro y Saguia el Hamra (Sáhara Occidental), la isla de Fernando Poo y Río Muni (Guinea Ecuatorial). Las islas Canarias, así como las ciudades de Ceuta, Melilla junto con otros enclaves norteafricanos ya formaban parte de este país desde hacía siglos, si bien algunas de estas plazas son reivindicadas actualmente por Marruecos.
Administración y explotación
Para entender como se llevaba a cabo la administración del territorio, es necesario distinguir entre los diferentes tipos de ocupación europea:
Protectorado: forma de gobierno en la que un estado es protegido militarmente por otro estado más fuerte. A cambio de esa ‘protección’, se aceptan algunas obligaciones por parte de la población autóctona que varían en función de la relación entre ambos países. Por lo general, se mantienen algunas formas de administración o soberanía nativas, aunque en la práctica se trata de un instrumento al servicio de otra potencia. Ejemplo: el protectorado de Marruecos.
Colonia: territorio sujeto a la administración y al gobierno de otro país llamado metrópoli. Surge como consecuencia del derecho de ocupación. La población nativa carece por completo de autonomía y estaba totalmente sujeta a la soberanía del gobierno de la metrópoli. El sistema legislativo es impuesto y los nativos suelen ser víctimas de esclavitud, trabajos forzados o en el peor de los casos, genocidio. Ejemplo: el Congo Belga.
Mandato: forma de organización creada por la Sociedad de Naciones (1919), con el fin de administrar las colonias de los países derrotados en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Ejemplo: el África del Sudoeste (Namibia).
Territorios metropolitanos: aquellos que jurídicamente tenían la misma condición que el territorio de la metrópoli. Ejemplo: la Argelia francesa.
Posiblemente el peor episodio de explotación colonial de los muchos que hubo, sea el llamado genocidio congoleño. Gracias a sus contactos, Leopoldo II de Bélgica (1865-1909) se adjudicó en el Congo un territorio de una extensión equivalente a 80 veces la nación belga. Esta inmensa región, propiedad privada de Leopoldo II, se convirtió en el Estado Libre del Congo (1885-1908). Su victoria frente a los seguidores del comerciante de esclavos originario de Zanzíbar, Tippu Tip, le dejó vía libre para hacer y deshacer lo que quisiera a su antojo, lo que a la postre provocó que el Congo se convirtiera en el «patio de recreo» del monarca belga. Durante la administración de este enorme territorio, tuvieron lugar incontables episodios de extrema violencia y sadismo para obtener marfil y muy especialmente caucho a través de la utilización de mano de obra esclava indígena.
Como consecuencia de estas prácticas se calcula que murieron entre 5 y 15 millones de personas, si bien todavía existe un intenso debate en torno al alcance total de víctimas en parte debido a las epidemias. Debido a la intensa labor ejercida en contra por parte de algunos medios internacionales, Leopoldo II no tuvo más remedio que renunciar a su preciada posesión en 1908, quedando su administración bajo la autoridad del gobierno belga. Desde entonces el vasto territorio pasó a llamarse Congo Belga. Aunque este cambio no significó el fin del sufrimiento de la población congoleña ni mucho menos. Incluso después de su independencia en 1960, la guerra volvería a golpear este territorio de forma implacable en numerosas ocasiones debido a su inigualable riqueza mineral (oro, diamantes, estaño, cobalto, cobre, uranio, coltán, etc).
Aspiraciones frustradas, conflictos y tensiones
A pesar del controvertido reparto, hubo ciertas roces entre algunas potencias europeas dadas las desiguales proporciones entre los territorios asignados y a las aspiraciones frustradas de cada una de ellas. Reino Unido y Francia fueron con diferencia las más beneficiadas, lo que no les impediría reivindicar caprichosos proyectos supranacionales. Otras potencias como Alemania e Italia pretendieron mayores adquisiciones. España también tendría sus propias reivindicaciones, aunque su papel en la diplomacia internacional era más bien escaso, además de no contar con la fuerza militar suficiente frente a las potencias más poderosas. De una manera u otra, las ‘amables’ intenciones de Otto Von Bismarck solo retrasaron lo inevitable por un tiempo. El controvertido reparto de África llevado a cabo durante la Conferencia de Berlín, sería una de las muchas causas que provocó el estallido de la Gran Guerra.
Reino Unido aspiraba a conectar sus colonias desde El Cabo (Sudáfrica) hasta El Cairo (Egipto) a través de un ferrocarril ideado por Cecil Rhodes, magnate y primer ministro de la colonia del Cabo. Este político, ferviente defensor del colonialismo británico, dará incluso su nombre a la colonia de Rodesia (Zimbabue y Zambia). A pesar de sus ambiciones, este proyecto tan fantástico chocaba con la presencia de los territorios de Leopoldo II y con el África Oriental Alemana (Tanganica), en manos del Imperio alemán. Más tarde, cuando en 1920 Reino Unido adquirió parte de las colonias alemanas como consecuencia de la puesta en vigor del Tratado de Versalles, otra vez se vio retrasado este plan debido a las dificultades encontradas por la situación de posguerra y a la gran de accidentes geográficos presentes a lo largo de su recorrido. Por otro lado, un conflicto que surgió en Sudáfrica fueron las llamadas guerras bóeres entre 1880-1881 y 1899-1902 entre Reino Unido y antiguos colonos neerlandeses, saldándose con una contundente victoria británica.
Francia era otra de las robustas potencias coloniales con grandes proyectos en mente. Su vasta adquisición pasaba por unir sus colonias de oeste a este, desde el Congo francés hasta la Somalilandia francesa. Sin embargo, este plan chocaba con las ambiciones británicas de conectar sus colonias de norte a sur, como ya habíamos descrito anteriormente. Estas diferentes puntos de vista desembocaron en el conocido como ‘incidente de Fachoda‘ en 1898. Con el fin de evitar una guerra colonial contra el Reino Unido, Francia se vio obligada a retirar sus tropas de este enclave a orillas del Nilo. Otro ‘brillante’ plan colonial que había fracasado. Algunos autores señalan el incidente de Fachoda como el precedente de la ‘Entente Cordial‘, firmada entre Francia y Reino Unido en 1904.
A pesar de su relativa poca relevancia internacional, Portugal también tenía grandes sueños coloniales. Debido a su temprana presencia en las costas africanas, el país luso había sido recompensado con territorios nada desdeñables como Angola y Mozambique que además aspiraba a unir entre sí mediante el llamado ‘mapa rosado‘. Portugal había sido, de hecho, el primer país europeo en explorar propiamente el continente africano. No obstante, el ultimátum británico de 1890 así como su presencia en la colonia de Rodesia, imposibilitaron que se pudiera hacer efectiva esta ‘gran’ misión colonizadora. Para el gobierno luso esto supuso un importante varapalo para su orgullo nacional de cara a la opinión pública internacional.
Tanto Alemania como Italia, que habían acudido tarde al reparto, quedaron disconformes. Italia estaba molesta por la ocupación francesa de Túnez en 1881, si bien no tenía ninguna posibilidad frente al ejército francés. Entre 1895-1896, los italianos fracasaron en su intento de tomar Abisinia tras su derrota en la primera guerra ítalo-etíope. A pesar de su estrepitosa actuación, sí pudieron contentarse con la adquisición de Libia tras arrebatársela al decadente Imperio otomano después de la guerra ítalo-turca (1911-1912). Alemania provocó graves crisis diplomáticas entre 1905-1906 y 1911 a raíz del territorio de Marruecos. Finalmente Francia se quedó con la mayor parte del territorio marroquí, mientras que a España se le concedió una estrecha franja en el norte habitada por tribus bereberes. El país ibérico apenas pudo mantener el control de la zona hasta la década de los 20. Alemania no tuvo ninguna opción en el norte de África, lo que le provocó un gran recelo frente a Francia.
Una vez concluida la ocupación del continente africano a principios del siglo XX, solo había dos territorios libres del colonialismo europeo: Liberia y Abisinia (Etiopía). Sin embargo, parecía que no era suficiente. En el verano de 1914, debido a los recelos larvados durante décadas por culpa del colonialismo y otros asuntos de política internacional, acabó estallando la Gran Guerra más tarde conocida como Primera Guerra Mundial, el mayor conflicto militar sufrido hasta entonces. Mucho más tarde, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) tendría lugar la llamada ‘descolonización‘ tanto en Asia como en África, debido a los altos costes que suponía para las diferentes metrópolis mantener extensos imperios coloniales. Aun así, también hubo casos de enconada resistencia a perder sus posesiones por cuestiones de prestigio o de otra índole, como Francia o Portugal.
Este proceso descolonizador alcanzó su plenitud en la segunda mitad del siglo XX. Aunque en algunos casos la transición hacia la independencia fue pacífica, en otros tuvieron lugar cruentos enfrentamientos como en la Guerra de Argelia o la Guerra de Independencia de Angola, por citar algunos ejemplos. Una cuestión todavía sin revolver es la ocupación del Sáhara Occidental por parte de Marruecos tras el abandono de la potencia administradora (España) en 1976. El último país en alcanzar oficialmente su independencia fue Namibia en 1990, aunque posteriormente otros países se separaron como Eritrea (1994) o Sudán del Sur (2011). A pesar de su independencia, el continente africano todavía tendría que hacer frente a múltiples desafíos así como desgarradores conflictos internos y externos, auspiciados por la codicia de sus inmensas riquezas naturales, claves para el sostenimiento de la economía mundial.
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