La figura de Iósif Stalin sigue generando un amplio debate entre defensores y detractores a día de hoy. Entre sus acciones destacan la persecución sistemática de millones de personas así como su deportación a campos de trabajos forzados o gulags, la conversión de la Unión Soviética en una potencia industrial a través de los Planes Quinquenales y el liderazgo al frente de su país contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial o la «Gran Guerra Patriótica«. Pero, ¿fue realmente Stalin un héroe de guerra?
Orígenes de Stalin y ascenso al poder
Iosif Vissariónovich Dzhugashvili, posteriormente conocido como Stalin («hombre de acero»), nació en Gori en la actual Georgia en el mes de diciembre de 1878. Su infancia estuvo marcada por un ambiente familiar hostil, en el que su padre era alcohólico habitual y en el que su madre trató de garantizarle una educación en la medida de lo posible. Así pues, encauzó su camino hacia el seminario ortodoxo de Tiflis, donde los métodos de enseñanza eran muy duros. Sin embargo, el joven Iósif pronto emprendió otros senderos más acordes con sus ideales revolucionarios, particularmente en la rama bolchevique del Partido Socialdemócrata Ruso, liderada por Vladímir Lenin. Entre 1908-1917, Iósif fue detenido y encarcelado varias veces. Un compañero de prisión llegó a afirmar que «Stalin era el símbolo mismo de la desconfianza, en él se confunden la razonabilidad, el subterfugio, la autenticidad y la falsedad». Un preludio de lo que todavía estaba por llegar en el imperio de los zares.
Los sucesos ocurridos en la Revolución de Febrero de 1917 trajeron como consecuencia la abdicación del zar Nicolás II y la formación de un Gobierno provisional. Posteriormente, la posterior Revolución de Octubre conllevó la conquistar del poder de los bolcheviques tras un golpe de Estado. Poco después, estalló la guerra civil rusa (1917-1923) entre el Ejército Blanco, leal a la monarquía, junto con otros apoyos, y el Ejército Rojo, firme defensor de los dictados de Lenin, con victoria final para este último bando. El 4 de abril de 1922, durante el transcurso del XI Congreso del Partido, Stalin fue nombrado por Lenin Secretario General del Comité Central. A principios de 1924, Lenin falleció después de haber padecido una larga enfermedad. En tan solo unos pocos años, Stalin desplazó a su rival más cercano León Trotsky así como a Zinóviev, Kámenev y Bujarin para lograr el control total sobre el partido. Para el georgiano, el camino hacia el poder absoluto era ya una realidad.
Líder de la Unión Soviética
Una vez consolidado su liderazgo incontestable dentro del partido, a partir de 1928 Iósif Stalin puso en marcha un intenso programa de modernización socialista. Para ello, se llevó a cabo la adopción de una economía planificada, la colectivización del campo y una intensa industrialización prevista en diversas etapas a través de los llamados «Planes Quinquenales«. La estructura de la Unión Soviética cambió drásticamente, pasando de ser un país todavía con un gran peso del sector agrario en su economía a convertirse en la segunda potencia industrial del mundo en tiempo récord, aunque con grandes sacrificios de su población.
Por otro lado, Stalin estableció un auténtico régimen de terror a través de la represión y el control policial, heredado de los tiempos de Lenin. La disidencia política fue duramente castigada por medio de la OGPU (Directorio Político Unificado del Estado) y posteriormente NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos). A su vez, el líder soviético construyó un férreo culto a su personalidad, siendo «el gran timonel que guía el barco soviético». Stalin se había convertido en el dictador en solitario de la Unión Soviética. Nadie osaba oponerse a su liderazgo, si no se quería sufrir las terribles consecuencias (torturas, deportación, asesinato,…).
Pacto Ribbentrop-Mólotov (agosto de 1939)
En 1933, accedió al poder en Alemania un ex-militar de origen austríaco llamado Adolf Hitler. Este personaje adoptaría el título de führer e inauguraría el III Reich alemán, iniciando una política de rearme y expansión territorial en contra de los postulados del cuestionado Tratado de Versalles. Poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Iósif Stalin firmó el Pacto de no agresión también llamado Pacto Ribbentrop-Mólotov, con la Alemania nazi el 23 de agosto de 1939. Uno de los aspectos más polémicos de este tratado y que no fue reconocido oficialmente por las autoridades de la URSS hasta los años 80, fueron unas cláusulas secretas por las cuales la Unión Soviética y el III Reich se repartían Europa del este mediante el establecimiento de dos áreas de influencia respectivamente. No fueron pocos los contemporáneos que vieron esta alianza como un pacto contra natura, a raíz de las profundas diferencias ideológicas existentes entre los dos estados.
Pero a pesar de los recelos que todavía se profesaban ambos líderes en privado, durante este período la Unión Soviética proveyó a Alemania de toda clase de suministros como alimentos y valiosas materias primas, claves para su economía (petróleo, fosfatos, cromo, hierro, acero, algodón, platino y manganeso). En virtud de lo que se había acordado entre Hitler y Stalin, la agresión alemana a Polonia comenzó el 1 de septiembre de 1939 dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial y el día 17 del mismo mes, tuvo lugar la respuesta soviética en el lado polaco oriental. Además, en un deseo por seguir expandiéndose por Europa, entre 1939-1940 Stalin inició un conflicto contra Finlandia (la Guerra de Invierno) y posteriormente se anexionó Estonia, Letonia, Lituania, la región de Besarabia y el norte de Bucovina (Rumanía). Pero, a pesar de estas suculentas ganancias, las hostilidades entre la Unión Soviética y el III Reich no tardarían en aparecer para mayor desgracia del «hombre de acero«.
«La Gran Guerra Patriótica« (1941-1945)
El 22 de junio de 1941, el mundo contuvo el aliento. En este fatídico día, dio comienzo la Operación Barbarroja, por la cual el III Reich alemán bajo el liderazgo de Adolf Hitler junto con el apoyo de una serie de países alineados (Italia, Hungría, Rumanía, Finlandia, Eslovaquia, Croacia y España, esta última a través de la División Azul), iniciaba la invasión de la Unión Soviética. A Stalin le pilló algo desprevenido esta ruptura de la paz, pues aunque no terminaba de fiarse del todo del führer, pensaba que le atacaría una vez que el Reino Unido hubiese sido derrotado (hecho que, por otro lado nunca llegaría a suceder). Aunque en algunos lugares las tropas alemanas fueron recibidas en un principio como libertadores, pronto se cometieron toda clase de fechorías contra la población civil. Ante la ferocidad demostrada por los invasores, todo el pueblo se unió en torno al gran líder soviético en lo que se rebautizó como la «Gran Guerra Patriótica«. Por otro lado, al igual que había hecho el zar Alejandro I durante la invasión napoleónica de 1812, a raíz de la agresión nazi se llevó a cabo una «política de tierra quemada» sin cortapisas. Fruto de dicha política, Stalin ordenó el traslado de todas las fábricas estratégicas al otro lado de los Montes Urales con el fin de no ser aprovechadas por el enemigo. A pesar de la tardanza inicial en responder, para el georgiano cualquier acción significaba poco con tal de frenar a la amenaza de la esvástica.
Ante el mayor desafío que atravesaba el país desde los lejanos tiempos de Napoleón, tanto hombres como mujeres prestaron servicio militar para apoyar a la madre patria. Uno de los aspectos más controvertidos del líder soviético durante este período es la llamada Orden 227 dictada en 1942, conocida también como «Ni un paso atrás«. Según esta polémica ley, cualquier soldado soviético que osase desertar se enfrentaría a un estricto tribunal militar de acuerdo a su nivel de jerarquía. Así mismo, en la cruenta batalla de Stalingrado (1942-1943), la más sangrienta de la historia de la humanidad, el líder soviético estimó oportuno no ordenar la evacuación de civiles de la ciudad del Volga, con el objetivo de que el Ejército Rojo resistiera con mayor ímpetu. Una medida que no estuvo exenta de polémica, a pesar de la incontestable victoria final sobre el 6º ejército alemán al mando de Friedrich von Paulus junto con sus aliados italianos, rumanos y húngaros. La última ofensiva del III Reich en el frente oriental durante la batalla de Kursk (1943), no dio los resultados esperados para Hitler. Posteriormente, la Operación Bagration iniciada en verano de 1944 tuvo como objetivo arrollar al ejército alemán e ir recuperando paulatinamente los territorios usurpados. En febrero de 1945, se celebró la Conferencia de Yalta entre Churchill, Roosevelt y Stalin en la cual se discutió el nuevo orden mundial que surgiría tras la rendición de Alemania. La inminente Guerra Fría se estaba gestando ante los ojos del resto del mundo.
Ante el imparable avance de las tropas anglo-norteamericanas por el oeste y las soviéticas por el este, el III Reich alemán se derrumbó como un castillo de naipes. El 8 de mayo de 1945 es recordado en Europa como el Día de la Victoria (Día V-E). El pretendido ‘imperio de los 1000 años‘, según la peculiar visión de Adolf Hitler, se había desmoronado para siempre. El posterior papel de los ejércitos aliados ocupantes (estadounidenses, soviéticos, británicos y franceses) ejercido sobre la población civil alemana es todavía objeto de gran controversia. Por poner solo un dato, se calcula que más de dos millones de mujeres fueron víctimas de violaciones sistemáticas, si bien otras fuentes niegan o minimizan tales hechos. Algunos alemanes trataron de huir desesperadamente hacia la zona no controlada por los soviéticos, ya que allí esperaban un trato algo más benévolo. Otros fueron directamente expulsados de sus tierras, por las compensaciones territoriales hechas a Polonia y a otras naciones. Por otro lado, el balance de víctimas totales durante el desarrollo del conflicto para la Unión Soviética fue catastrófico: 27 millones de muertos, así como 1.710 ciudades y más de 70.000 pueblos destruidos. Fue, con diferencia, el país con mayor número de pérdidas humanas como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de ello, la victoria final sobre el nazismo convirtió a Stalin en un mito para su pueblo y en uno de los grandes protagonistas de la historia del siglo XX.
Repercusiones y legado
En la noche del 1 de marzo de 1953, el «hombre de acero» sufrió una hemorragia cerebral que lo dejó semiinconsciente. Su muerte se hizo oficial cuatro días más tarde. Sin lugar a dudas, Stalin está considerada como una de las figuras históricas más influyentes de todo el siglo XX. Odiado por muchos y encumbrado por otros tantos, este controvertido personaje sigue suscitando los más acalorados debates entre expertos y no tan expertos a día de hoy. La posterior llegada de Nikita Jrushchov al poder dentro de la férrea Unión Soviética (1955-1964) originó el proceso conocido como «desestalinización«, en un claro intento por hacer autocrítica de los errores pasados con el objetivo de emprender una nueva etapa. La oscura verdad de los innumerables crímenes de Stalin (gulags, deportaciones en masa, exilios, hambrunas como el Holodomor, purgas, detenciones, torturas, juicios sumarísimos, ejecuciones,…) quedó revelada a través de un «informe secreto» en el XX Congreso del PCUS, celebrado entre los días 24 y 25 de febrero de 1956.
Pese a que se renegó de las crueles prácticas ejercidas durante el mandato de Stalin, los siguientes líderes no llevaron a cabo medidas de gran calado para tratar de democratizar a la URSS hasta mediados de los años 80. A modo de curiosidad y de una forma un tanto insólita, Stalin llegó a ser propuesto en algún momento como candidato para el Premio Nobel de la Paz (como Hitler y Mussolini) aunque nunca fue premiado. El que sí lo consiguió fue el último líder de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, en el año 1990 por su papel pacificador ejercido durante los últimos estertores de la Guerra Fría. En la actualidad no son pocos los ciudadanos de la Federación de Rusia que valoran positivamente el papel ejercido por su antiguo líder ante el mayor conflicto de la historia de la humanidad. Sin embargo, hay autores que no dudan del papel criminal de Stalin otorgándole cifras que varían entre los 4 y los 50 millones de víctimas, si bien no existe un consenso firme en torno a esta espinosa cuestión. El debate sobre «el hombre de acero» sigue abierto.
Bibliografía:
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